Todas alguna vez escuchamos la historia entre los hermanos mellizos Esaú y Jacob, hijos de Isaac.
El mayor llegó un día agotado y su hermano preparaba un guiso de lentejas, entonces le pidió de comer pero Jacob (el menor), le pidió que le vendiera sus derechos de hijo mayor y este le contestó:
«Me estoy muriendo de hambre, dijo Esaú, así que ¿de que me sirven los derechos de primogénito?»
Genesis 25:32
Entonces Jacob le dio a Esaú guiso de lentejas y algo de pan. Esaú comió, y luego se levantó y se fue. Así mostró desprecio por sus derechos de hijo mayor.
Muchas veces, al igual que Esaú sentimos una enorme necesidad de satisfacer un deseo de la carne.
A primera vista podríamos pensar ¿Qué tiene eso de malo? Son fuente de proteína, ricas al paladar y finalmente saciaría el hambre de Esaú.
La escritura nos dice:
No sólo de pan vive el hombre sino de toda palabra que sale de la boca de Dios.
Mateo 4:4
El problema con las lentejas era a lo que el estaba renunciando, ambos hermanos sabían lo que significaba, Esaú renunció a la importancia de su descendencia por generaciones.
Una vez leí algo que me impactó, de su simiente habría nacido el Mesías, le hubiesen recordado como “Dios de Abraham, de Isaac y de Esaú” y perdió eso, entre tantas otras bendiciones materiales y espirituales por un plato de lentejas.
Con la redención de nuestros pecados a través del sacrifico de Cristo en la Cruz, se nos otorgan muchos privilegios, somos coherederas del reino, con acceso a todas las promesas que están en la biblia para las hijas del Rey, sin embargo al enfrentarnos a un deseo de la carne, la tentación por saciar y saborear «esas lentejas» nos podemos olvidar de nuestra herencia; por eso la palabra nos exhorta:
Esfuércense por demostrar los resultados de su salvación obedeciendo a Dios con profunda reverencia y temor.
para que seáis irreprensibles y sencillos, hijos de Dios sin tacha en medio de una generación torcida y perversa, en medio de la cual resplandecéis como luminares en el mundo.
Filipenses 2:12-15
Ahora bien, tenemos que aprender a identificar ese plato de lentejas en nuestra vida:
- El consumo de esa sustancia que te libera del estrés del día.
- La ingesta constante de licor porque tu «conoces tus límites»
- Un maratón de series completas en un par de horas porque es entretenido.
- Una lectura erótica antes de ir a dormir.
- La escucha activa de canciones con letras que invitan a pecar.
- La conversación secreta y excitante que mantienes con alguien que no es tu pareja.
- La atractiva invitación a tener una tarde de placer (soltera o casada).
Puedo seguir citando ejemplos y tal vez pienses “Dios no deja de amarnos por eso” y tienes razón, pero entristecemos su corazón y quebramos nuestra comunión con Él.
Cuando Esaú comprende que ha perdido sus derechos como primogénito exclama:
¡Bendíceme también a mi! Y se echó a llorar. Entonces su padre le dijo: Vivirás lejos de las riquezas de la tierra, lejos del rocío que cae del cielo»
Genesis 27: 38-39
Amada mujer u hombre que me lees, tal vez no perdemos su amor, pero las bendiciones se ven afectadas y le podemos dar paso a maldiciones en nuestras vidas y en la vida de quienes nos rodean, al ceder y comernos el plato de lentejas le abrimos la puerta al enemigo.
¡No sacrifiquemos las bendiciones del reino por una gratificación temporal!.
Maria Daniela León
Pide sabiduría y discernimiento a nuestro Señor y guía al Espíritu Santo, saca del menú de tu vida ese plato de lentejas y no permitas que nada ni nadie te robe lo que el Padre tiene para ti.
«Pero si confesamos nuestros pecados a Dios, él es fiel y justo para perdonarnos nuestros pecados y limpiarnos de toda maldad» .
1 Juan 1:9
Con amor,
María Daniela León.
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